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PALOMA


PALOMA MENSAJERA…

Llegó una calurosa mañana de algún domingo de aquel lejano julio, no pensé que iba a pasar algo distinto a los otros días, pero pasó.
Estaba sentado en una de las pocas sillas de mi casa, por demás rústicas y deterioradas con el tiempo, no se había cambiado ninguna de ellas porque como siempre decía mi padre, la situación económica era difícil, ahora que lo pienso creo que siempre lo fue; me encontraba desayunando divirtiéndome con mis hermanos que rara vez andaban de mal humor, haciéndonos chanzas y usando una jerga que incluso en ocasiones mi mamá acostumbrada a oírnos, no entendía de que hablábamos.
En ese entonces sentí como si algo con garras se posara en mi cabeza y en efecto lo era, una paloma de plumaje blanco y negro, un negro brillante que parecía haber sido teñido con aceite, era un ave grande por lo que todos pensamos que se trataba de un macho, allí estaba parada sobre mi cabello, temblando sus patas como si tiritara de frío aunque hiciera calor, mirando a su alrededor asustada.
- ¡cojanla!, ¡cojanla! , gritaban todos
- vamos a hacer un caldo
El pobre animal revoloteó hasta asentarse en una cuerda de alambre rígido, tiznada y untada con el hollín que producía el humo de la leña con que prendían el fogón de la finca, se fue de lado, caminaba rápido como un cangrejo montándose por encima de la ropa que había allí colgada y que dificultaba su paso, la paloma encontró abierta la puerta de una de las cuatro piezas de la casa por la que se metió, se paro sobre un viejo armario metálico mohoso cuya estructura estaba tan mala que una vez sacado uno de sus cajones se convertía en proeza volver a meterlo, corrió y brinco sobre él, tumbaba con las alas y patas cuanta cosa liviana había a su paso, salio del cuarto y se sujeto fuerte con sus garras de nuevo del alambre, todos seguíamos tras ella. Era un animal arisco y manso a la vez, quería escaparse, pero a la vez se quedaba allí, como intentando decir algo.
Eran aproximadamente las 8:15 a.m. Cuando por fin cedió, era nuestra el cazador obtuvo su presa, podíamos hacer con ella lo que quisiéramos, pero no fue así, aun temblaba, tal vez de miedo o porque esa era su condición natural.
- démosle maíz y dejémosla que se vaya, soltémosla.
Decía, mi mamá. En ese momento le enterneció el hecho de que se dejara coger de ella.
- además que gusto le vamos a sacar a una paloma si eso es solo huesos.
El día seguía soleado. Era un típico domingo de mercado en aquella vereda, las personas iban y venían, unos a pie otros a lomo de caballo, pero la consigna siempre era la misma: llegar al pueblo y conseguir alimento para el resto de la familia que ansiosa, descansaba y miraba la televisión, mientras esperaba en casa. Muchos compraban lo suyo y seguían trabajando con una disciplina casi religiosa para efectuar el mismo ritual ocho días después, otros que nunca faltan, tacaños y de mala fe, iban, fiaban, se lo comían todo y nunca pagaban; preferían no volver a pasar por allí y seguir fiando en otros lugares.
Mis dos hermanos y yo compartíamos una rutina, teníamos que ir a encontrar a mi papá, llevar el caballo para traer el mercado y cada fin de semana nos rotábamos, así solo uno de nosotros tenia que ir a encontrarlo cada 15 días.
Aquel 15 de julio ¡vaya suerte! me toco a mi ir y llevar el caballo. Corozo, que así se llamaba, era una bestia un poco flaca y no resabiada, se dejaba montar con facilidad, solo tenía un problema, que era muy despaciosa.
- ¿porque se demoro tanto? pregunto mi padre
Pregunta que yo solía contestarle siempre con la misma respuesta.
- porque este taparo es muy morrongo.
Le comente lo de la paloma. El pensó que ella podría ser de algún vecino y que teníamos que devolverla.
de regreso a casa el camino se hacia infinito pues al contrario de cuando subí montado en el caballo, tenia que bajar a pie y el calor canceroso de medio día era insoportable, ardía tan tenaz en la nuca que no daban ganas de caminar.
Cuando salí de la casa la paloma aun estaba allí, pero al regresar ya no, se había ido y yo quería que mi papa la viera.
- comió maíz, se estuvo un rato y después se fue, la vi hasta que era pasaditas las doce.
- que lastima que se haya ido porque en esta vereda solo hay palomas feas en cambio esa era única.
El día trascurrió, ya era tarde, empezaban a cantar las aves nocturnas, a volar las gallinaciegas y los murciélagos, los saltamontes avisaban que pronto in matiz oscuro cubriría el horizonte y seria hora de descansar en medio de la tranquilidad de una noche en el campo.
Pronto el sol cumplió sus doce horas sin aparecer y calentó de nuevo, lo que indicaba que yo debía cumplir con otras seis horas en el colegio y pasar toda esa jornada de grandioso aburrimiento. Volví a casa a las 2: 30 p.m. como siempre y ¡que sorpresa al ver allí de nuevo a la paloma!
- ayer vino a ver como estaba la casa y como le gusto se fue por la maleta y volvió.
Decía mi papa bromeando. Almorzó y se quedo reposando, probablemente saldría a trabajar mas tarde, como era época de verano a esa hora era mejor estar tirado descansando en el frío corredor de la casa que cortando caña o maleza, además setenta y dos años pesando en la espalda siempre causaban mella en sus escasos ciento cincuenta y cuatro centímetros de estatura, sus arrugas y canas decían que pronto era hora de dejar sus labores.
- ¿a que hora volvió?
- su mamá dice que iban a ser las nueve y desde que llegó no se le ha despegado ni un momento.
era un alivio no haberla matado, tenia algo especial, era diferente a todas las palomas, solía echársenos en los hombros, bañarse todos los días en una caneca plástica gris que mantenía llena de agua, en varias ocasiones nos seguía como canino fiel hasta el cafetal, le gustaba permanecer al lado de mi mamá, ya había olvidado que su bienvenida fue intentar matarla, aunque en ocasiones llegaban palomas de las fincas vecinas a intentar llevarse el premio de conquistarla, ella nunca los seguía a pesar de tener las alas en buen estado, lo máximo que volaba era hasta una vieja escuela prefabricada que quedaba al frente de mi casa. su alma poco aventurera no le brindaba el coraje suficiente para ir más lejos, de hecho era como su segundo hogar, allí permanecía durante horas cuando la finca estaba sola, le hacia compañía a un profesor amanerado que tenia a su cargo veintitrés alumnos de básica primaria.
Rara vez la casa estaba sola, pero solía suceder, que un día de la semana santa se hiciera misa, se llevaba a cabo en la escuela y nosotros influenciados por el catolicismo de nuestros padres no podíamos faltar. en uno de esos discursos que solo se daban una vez por año se reunió toda la vereda a escuchar el sermón y a bostezar, yo no era la excepción, me hubiera dormido ese día de no ser porque la paloma, que no quería sentirse sola, voló hasta el techo del aula principal que permanecía sin cielo raso desde el día que la construyeron, allí se movía inquieta de un lado a otro hasta que decidió aterrizar de un zarpazo en la parte mas llamativa del cura: la cabeza, pues la tenia calva como un perro de calle, la pobre paloma se había equivocado de Jesucristo. Todos los presentes irrumpimos en carcajadas. Aun el padrecito debe recordarlo como si fuera ayer.

Trascurrió un año de ires y venires, de lunes a viernes había que estudiar y en el fin de semana que mercar, lo bueno era que llegaban las vacaciones, lo malo era que me las gastaba trabajando, la felicidad no podía ser completa.
Ya estábamos acostumbrados a la presencia de la paloma y a su monótona rutina, pero de repente comenzó a hacer algo nuevo para nosotros. Desde temprano se levanto ese martes 15 de julio ya del 2003, se bajo de su dormidero que era una lima inservible clavada en algún ladrillo de la pared, escarbaba con el pico entre la maleza y sacaba pajas o ramas secas, las cargaba y dejaba en un solo montón debajo de la cama de mi mamá, estaba haciendo un nido, no era macho.
Aquel día mi papa fue a visitar a un hermano suyo que vivía en Cartago llamado Lázaro y de paso iba a saludar a un amigo llamado Alfredo. Mantuvo una larga conversación con el primero y luego con su antiguo vecino, quien sin ser de su incumbencia le comento:
- ¿como quedo su esposa después de esa mala noticia?
- ¿cual noticia?
– pues que se… que se… - tartamudeo don Alfredo al darse cuenta que el no lo sabia – que se murió doña Bertilda la mamá de ella.
- ¿que se murió la mamá de Elvira?
- si
- ¿cuando?
- hace ya como un año.
Por la tarde mi papa regresó. Traía una mala noticia para su esposa.
Cuando mi madre lo supo se quedo parada pensando, con la mirada perdida triste, quizás buscaba dentro de su memoria el ultimo recuerdo de su madre, de cuando había oído su voz por ultima vez y solo halló que no la veía por lo menos hacia siete años y que ya no recordaba lo que habían hablado. Dejó salir lágrimas de impotencia, de dolor, lágrimas dedicadas a su progenitora que significaban un homenaje póstumo y un adiós eterno. Mi mamá era una persona sentimental, de buen humor, algo raro para una mujer como ella que contaba en su haber con treinta y ocho febreros, nos dedicaba a nosotros mas tiempo del que pudiera dedicarse a ella, no merecía haber pasado por eso, pero hay cosas irremediables.
Mi abuelo paterno vivía con dos hijas en Anserma, allá vivió mi abuela hasta sus últimos días y allí mismo seria a donde viajo mi mamá para saber como había sucedido todo.
Bertilda subió a rendir cuentas ante la divina providencia el 15 de julio de 2002, le aquejaba hacia varios años un cáncer pancreático que mas tarde seria la causa de su desceso, había esta recluida en varios hospitales incluyendo el san pedro y san pablo de la virginia, municipio en el que cada domingo hacía mercado mi papá, cuyo egoísmo característico fue la razón para que mi mama dejara de ver a la suya durante mucho tiempo, tiempo que como las cosas encontradas por un mendigo, no se podía volver a recuperar. Era egoísta, pues tomó esa decisión tras haber discutido fuertemente con sus cuñados, con lo que afectaba a su mujer, pero saciaba su ego.
Mi tía cruza le dijo a mi mamá que mi abuela la preguntaba todo el tiempo y que no quería morir sin antes verla, también le comento de una pareja de palomas que tenia , el macho era negro, se había muerto siete días antes que ella, la hembra se había ido de la casa el mismo día de su muerte, la describió como un animal grande de colores blanco y negro, muy apegada a la abuela, también dijo que el animal estaba muy inquieto hasta que se desapareció de la casa, incluso mi tía recordó que tenia una foto de las palomas.
Mi mamá se sobresalto, le latía el corazón apresuradamente, se le ruborizo la piel, un calor le invadió el cuerpo no sabia que decir ni como decirlo. Se trataba de la misma paloma que un año atrás exactamente en la misma fecha había llegado a la finca, talvez por coincidencia o era un hecho inexplicable. Tampoco supimos como explicar el hecho de que llegara, se fuera y al día siguiente volviera.
La paloma nunca tuvo un nombre, pero si tuvo quien la protegiera y le brindara un hogar, alguien que sin poder comunicarse con ella, le trasmitiera afecto, amor y respeto, pues era el vivo recuerdo de un ser querido que por causas del destino no volverá. Era considerada por nosotros una mas de la familia y así lo será hasta su muerte.



RAMON EDUARDO USUGA MONSALVE

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